ICONOCLASIA vs. ICONODULIA

No es la primera vez, ni será la última, que tratamos en este modesto blog la numismática bizantina. No es para menos, si nos atenemos al largo periodo que abarca su emisión (todo un milenio) así como al hecho de que durante siglos fue un referente para las economías europeas y de Oriente Medio. Durante todo este tiempo la moneda del antiguo Imperio Romano de oriente reflejó las tensiones y conflictos internos que tuvieron lugar en su seno, especialmente en momentos en los que Bizancio era víctima de presiones externas de vecinos pujantes. En el caso de hoy nos centraremos en el movimiento iconoclasta de los siglos VIII-IX, así como en la reacción al mismo (iconodulia) que influyó inevitablemente en el diseño del circulante. 
Follis de Miguel I y su coemperador Teofilacto (811-813)
ataviados de forma diferente: clámide y loros

Durante los siglos VI y VII, época de apogeo de Bizancio, la veneración de imágenes religiosas había alcanzado una gran popularidad, llegando a confundirse en ocasiones con la idolatría, un vicio fuertemente criticado por la tradición judeo-cristiana. No era extraño que muchas veces se atribuyeran propiedades mágicas o milagrosas a las imágenes, excediendo de esta forma su faceta meramente representativa. La iconoclasia surgió en gran medida como reacción a estos excesos, en un momento en que el Islam, religión muy restrictiva con el uso de imágenes, experimentaba un inusitado empuje. 



De esta forma el movimiento iconoclasta va ganando adeptos a principios del siglo VIII, mientras el imperio de los romanos del este es cada vez más asediado por los árabes. Frente a ellos se situaban los llamados iconódulos, que defendían el empleo de imágenes no solo como parte integrante de la tradición cristiana, sino también como elementos inherentes a la propia teología: dogmas como el milagro de la encarnación, por ejemplo, eran difíciles de concebir y explicar sin el uso de imágenes.  La llegada al trono de León III en 717 significa la institucionalización de la iconoclasia, promulgándose la primera legislación restrictiva con las imágenes religiosas. Su hijo y sucesor Constantino V otorga a la iconoclasia una base ideológica y teológica que sustentará a esta legislación.

El triunfo de la iconoclasia conlleva un parón absoluto en el desarrollo del arte religioso, también en su faceta numismática. A partir de este momento la única concesión a las imágenes en las monedas es la cruz potentada, y toda la representación se centra en el emperador y su familia. Así, durante los siglos VIII y IX es habitual ver los anversos y reversos de las distintas monedas ocupados por las efigies del emperador, co-emperador, sucesor e incluso antecesor en el cargo. Son bustos por lo general muy esquemáticos (una constante en los retratos bizantinos) aunque por lo general exhiben una rica y variada vestimenta. Se trata de una victoria en toda regla del poder temporal sobre el espiritual. 


Anversos de follis anónimos (ss. X-XI) con busto de Cristo nimbado. El de la
izquierda pesa 11,95 grs. y el de la derecha 3,76 grs.
 

Pero la iconoclasia tenía muchos y poderosos detractores. En total, este periodo duró con altibajos hasta el reinado de Teófilo (829-842) tras cuyo fin las imágenes religiosas pudieron ser reintroducidas, también en las monedas. No solo ocupará en ellas un relevante espacio la figura de Jesucristo, sino también la de la Virgen María y diferentes santos, lo que será una constante hasta los últimos días del imperio. En esta entrada me quiero centrar en los célebres follis anónimos, emitidos entre los siglos X y XI. Por razones no del todo conocidas, durante un siglo, entre los reinados de Juan I (969-976) y Constantino X (1059-1067) las monedas de bronce no reprodujeron efigies imperiales, sino únicamente motivos religiosos. Además, en muchos casos estos follis recuperaron unas dimensiones similares a las que habían tenido en siglos anteriores tras un prolongado periodo de pérdida de peso y tamaño. Los tipos de follis anónimos pueden resumirse de la forma siguiente:
  • anverso: aparece por lo general la figura de Jesucristo nimbada, que puede ser en forma de busto o de cuerpo entero (en pie o sentado), sosteniendo los evangelios y en algunos casos con la mano derecha en actitud de bendición. Las leyendas que aparecen suele ser +EMMANOVHΛ (Emmanouel) IC-XC, o simplemente IC-XC (abreviatura de Jesucristo)
  • reverso: en muchos casos aparece la leyenda de tres o cuatro líneas, que puede ser +IhSUS XRISTUS bASILEU bASILE o IS-XS bAS-ILE bAS-ILE o IS XS bASILE bASIL (varias formas de expresar Jesucristo rey de reyes) o IC-XC NIKA (Jesucristo vence). Esto se combina en muchos casos con una cruz central, aunque existen también reversos en los que aparece una cruz (latina o patriarcal) desprovista de leyenda. Existe además un reverso con el busto nimbado de la Virgen María con la leyenda MP ΘV, acrónimo griego correspondiente a Madre de Dios


Reversos de los follis anónimos: leyenda a cuatro líneas +IhSUS XRISTUS
bASILEU bASILE (izda.) y cruz latina (dcha.)
Se ha señalado generalmente el momento de la restauración de imágenes religiosas como el triunfo de la ortodoxia, pero esta afirmación sería demasiado simplista. En realidad se trató de un compromiso entre los iconoclastas, que aceptaban la vuelta al empleo de imágenes e iconos, y los defensores de la iconodulia, que reconocieron los peligros de la veneración desmedida de imágenes. Además, es comúnmente aceptado que el periodo iconoclasta supuso una afirmación de la autoridad del emperador en un momento en que ésta se hacía necesaria ante los avances árabes. Y no debemos olvidar que durante esta época se presenció el apogeo de un movimiento cultural e intelectual secular que compitió seriamente con el monopolio de los monasterios en estos campos. 

Angold, M. Byzantium. The Bridge from Antiquity to the Middle Ages. Phoenix Press, London 2002

Byzantine Coins and Their Values, by David R. Sear, second edition, revised and enlarged, Spink 2006

Early World Coins & Early Weight Standards, by Robert Tye, published by Early World Coins, York 2009

Guadan Lascaris, A.M. Prontuario de la Moneda Bizantina. Vico & Segarra Editorial, Madrid 1984 

Comentarios

Entradas populares