DINERO DE TRANSICIÓN (LITUANIA 1991)

Los billetes de hoy, que en su simplicidad nos pueden recordar a cupones de racionamiento o dinero de emergencia emitido en periodos bélicos o pos-bélicos (en el fondo, guarda bastantes similitudes con ambas formas de pago) tienen su interés en tanto en cuento son testigos de un hecho que ha marcado (y aun marca) de forma significativa la historia reciente: el colapso de la Unión Soviética.

El Báltico: un quebradero de cabeza para la Unión
Soviética en sus últimos años
El desmoronamiento de la URSS tuvo numerosas causas de índole política y económica, que pueden resumirse en el anquilosamiento de los canales de gestión y participación (con la sombra del Partido Comunista omnipresente en todos los niveles de la administración) y en la escasa eficiencia de su modelo productivo. No obstante, la llamada cuestión nacional, es decir, las tensiones y conflictos latentes entre las diferentes nacionalidades que componían el  estado soviético, tendría un innegable impacto en la aceleración de este proceso.


El imperio de los zares había logrado constituirse en los siglos precedentes a través de un largo proceso expansionista  en el que un heterogéneo elenco de diferentes pueblos (polacos, lituanos, finlandeses, descendientes de tribus turco-mongolas, poblaciones de Asia central, y un largo etcétera) fueron sometidos, en muchos casos de forma violenta. Como consecuencia, Rusia se convirtió en un vasto imperio en términos territoriales además de un enrevesado mosaico multinacional, multicultural y multirreligioso, un puzle cuyas piezas en muchos momentos costaba encajar. La llegada al poder de los bolcheviques trajo consigo un intento de superación de estos problemas de convivencia  a través de la realización del ideario socialista, en el que las repúblicas integrantes de la Unión Soviética eran iguales en derechos y obligaciones y en teoría soberanas, es decir, que podían acceder a la independencia si así lo deseaban.

Cuando Mijail Gorbachov accedió a la secretaría general del PCUS en 1985 tenía muy claro que las reformas pendientes no se podían posponer si  la URSS tal y como era conocida quería prevalecer. Las reformas políticas evidenciaron la existencia de tendencias y movimientos ajenos al Partido Comunista, entre ellos los diferentes nacionalismos que se manifestaban muy especialmente en el Cáucaso y en las llamadas repúblicas bálticas: Estonia, Letonia y Lituania.

Como sucede muchas veces entre vecinos, la historia de la relación entre Lituania y Rusia difícilmente se puede definir como cordial. Constituida como Gran Ducado a mediados del siglo XIII, Lituania no tardó en vincular su destino al de Polonia, país con el que mantuvo una estrecha alianza de cuatro siglos durante los cuales su territorio logró su máxima extensión hacia el sur y el este y Vilna llegó a convertirse en un centro de referencia económico y cultural en Europa del Este. A partir de  1569 su poder e influencia en la zona se vieron relegados en favor de su aliado polaco y a finales del siglo XVIII su territorio (junto con el de Polonia) fue repartido por las nuevas  potencias hegemónicas de la zona: Austria, Prusia y Rusia. Rusia ocupó la mayor parte del territorio lituano,  aunque Prusia también accedió a algunas áreas en el oeste, como Memel (actual Klaipeda). Durante el siglo XIX los lituanos mantuvieron sus aspiraciones nacionalistas, fuertemente reprimidas por Rusia, pese a lo cual pudieron acceder a  la independencia en 1918 (junto con Estonia y Letonia)  tras el colapso del Imperio Ruso y la llegada de los bolcheviques al poder. Durante dos décadas disfrutaron los lituanos de esta independencia (si bien con Vilna anexionada por el nuevo estado polaco) hasta que el nefando pacto Molotov-Ribbentrop condenó a Europa del este a ser dividida en zonas de influencia entre nazis y soviéticos. A partir de ese momento Lituania se convirtió en escenario de la rivalidad entre ambas potencias, con consecuencias nefastas para su población, víctima del Holocausto (en el caso de los judíos lituanos), trabajos forzosos y alistamiento en las fuerzas alemanas. No mejoró mucho la situación cuando los soviéticos recuperaron estos territorios en 1944, pues continuó la política de asesinatos y deportaciones, esta vez por parte de una Unión Soviética que esta vez no pensaba dejar escapar lo que consideraba sus territorios del Báltico.

Billetes de 0,10, 0,20 y 0,50 talonas
La puesta en marcha de la perestroika a partir de la llegada de Gorbachov al poder pondría de manifiesto (muy a su pesar, por supuesto) las antiguas rivalidades y cuentas pendientes entre las diferentes nacionalidades integrantes de la URSS. Durante los procesos electorales celebrados a finales de la década de los 80 los diferentes “frentes populares” de las repúblicas bálticas consiguieron un respaldo popular considerable que legitimaba sus aspiraciones independentistas. La asamblea lituana declaró la independencia en Marzo de 1990 no obstante, ante las presiones económicas de la URSS, el nuevo presidente Landsbergis decidió imponer una moratoria a esta declaración para tratar de ganar tiempo ante una previsiblemente ardua negociación con Moscú. Durante este tiempo, sin embargo, la línea dura se impuso en el gobierno soviético, lo que llevó a un incremento de la tensión con intervención militar incluida en Enero de 1991. No era el Báltico el único frente abierto para Moscú, pues en las repúblicas del Cáucaso, Asia Central y Moldavia se extendían también los movimientos nacionalistas. Los intentos desesperados de Gorbachov por conseguir un nuevo  Tratado de la Unión no tuvieron eco en muchos de estos territorios que, como Lituania, directamente se desvincularon. En Septiembre de 1991 una moribunda Unión Soviética se vio obligada a reconocer la independencia de Lituania.

Fue precisamente por estas fechas cuando las autoridades lituanas, actuando de facto de forma independiente, dieron sus primeros pasos en política monetaria. En un primer momento no prescindieron del rublo pero introdujeron una moneda propia provisional, el talonas (con un valor equivalente al rublo), con el fin de atajar la inflación que castigaba las economías de la URSS. La medida era cuando menos peculiar: los trabajadores debían recibir el 20 % de su salario en la nueva moneda, hasta un máximo de 200 talonai. Por otro lado, la mayor parte de los bienes (salvo básicos como alimentos) debían adquirirse por su valor en rublos y talonai. Así, si unos zapatos costaban 50 rublos, se debían adquirir pagando los 50 rublos más 50 talonai.

Reverso común de las emisiones de 0,10, 0,20 y 0,50 talonas
Este sistema no tardó en demostrar ser enormemente impopular. Los particulares necesitaban mucho tiempo para acumular los talonai necesarios para adquirir ciertos bienes y servicios, mientras una gran cantidad de rublos quedaban inutilizados en estas condiciones. No sirvió pues ni para satisfacer la demanda ni tampoco la oferta, ya que afectó negativamente al sistema productivo y no contuvo la inflación de los bienes básicos cuyo pago no debía efectuarse en talonai, pues no se trataba de una moneda independiente sino de una moneda suplementaria ligada al rublo. Además, socialmente favorecía el mercado negro de moneda y la especulación entre la población.

Así y todo, los niveles de inflación en Lituania fueron menores que en la extinta Unión Soviética entre los años 1991-92, de tal forma que las autoridades decidieron lanzar una segunda reforma, seguramente como forma de ganar tiempo mientras establecían un sistema monetario independiente del soviético y para reemplazar los primeros talonai, muy cuestionados por el público, pues eran por lo general de mala calidad y fácilmente falsificables. Fueron apodados de varias maneras como “Vagnorkes”, en alusión al Primer Ministro Gediminas Vagnorius, o “entradas de zoo” dado que muchos reflejaban animales de la fauna típica lituana. En Mayo de 1992 se reintrodujo el talonas como moneda independiente que circularía con el rublo de forma provisional hasta que este fue abandonado definitivamente en Octubre de ese mismo año. Finalmente, la nueva moneda nacional, el litas, fue adoptada tras varios retrasos en Junio de 1993 al cambio oficial de 1 litas = 100 talonai.

Billete de 1 talonas de 1992, con fauna típica lituana
Los talonai que veis en las imágenes de arriba son los de menor denominación de 1991, de 0,10, 0,20 y 0,50. El de 1 talonas de la izquierda corresponde a la reforma de 1992. No se emitió moneda metálica, utilizándose siempre el papel. Son de gran simplicidad, muy parecidos a emisiones de emergencia o cupones, aunque los de mayor valor lucían diferentes animales autóctonos, como comento más arriba. En la primera reforma se emitieron billetes de hasta 100 talonai, añadiendo unidades de 200 y 500 talonai tras la segunda reforma de 1992. No puede decirse que estos billetes fueran despedidos con todos los honores en 1993, pues parece ser que las emisiones que no fueron intercambiadas por litas fueron destinadas al reciclaje para la producción de papel higiénico. No he podido averiguar si este hecho se debe a una simple casualidad o si se llevó a cabo de forma premeditada, pero dada la escasa popularidad con que esta moneda fue acogida en su momento, tenemos razones para sospechar lo peor.


Martín de la Guardia, R.M. y Pérez Sánchez, G.A. La Unión Soviética: de la Perestroika a la Desintegración (Colección La Historia en sus Textos) Ediciones Istmo, Madrid 1995

Historia de Lituania en Lonely Planet http://www.lonelyplanet.com/lithuania/history#ixzz4fIkyhkzW






Comentarios

  1. muy interesante el post,me ha parecido gracioso que acabaran siendo "reciclados" de esa manera,que final triste tuvieron,un saludo

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    1. Muchas gracias Adolfo, cuando leí acerca de este final, no pude evitar recordar otra anécdota similar recogida también en este blog. Tras los episodios de hiperinflación en Zimbabue, aparecieron carteles en los cuartos de baño que decían algo así como: "Solo papel higiénico. Prohibido utilizar cartones, periódicos o dólares de Zimbabue". Sin duda nos hace reflexionar acerca del valor del dinero y su utilidad en ciertas circunstancias. Recibe un cordial saludo,

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